27/10/11

Una bienvenida y un bautismo

Acá esta el relato que escribir para Taller de Expresión I (obvio que sin corregir por que no tenía ni tengo ganas). Ay, que prolija y digo para taller, pero en realidad era para la mama Lo Coco que no quiere que deje la carrera. Algo largo, pero en fin, hecho con muchas madrugadas sin dormir y muchos cafés encima.

***
¿Por qué decidí trabajar de azafata? Bueno, esa pregunta aún me cuesta contestármela. Me basta con que la jefa de recursos humanos se haya quedado contenta o satisfecha con mi currículum y, sobretodo, con mis opiniones respecto a lo que estoy buscando de este trabajo. Solo omití decir las palabras viajar, conocer, cultura, entre otras, porque por más que sea lo que realmente me interesa, a ellos no. Esas podrían hacerte quedar fuera de la entrevista en menos de lo que canta un gallo. Agregué las palabras responsabilidad, puntualidad, seguridad, trabajo en equipo, gentileza, brindar un buen servicio, idiomas, etc.
Para resumir, elegí esto porque me capacité y preparé para esto. Además creo que estoy lo suficientemente capacitada para hacerlo. Punto.
***

El taxi llegó al Aeropuerto Jorge Newbery y de ahí, tuve que caminar rápidamente hasta la entrada. No quería mojarme el traje (mucho menos el pelo) y el clima no estaba ayudando mucho ese día. Lloviznaba, se detenía y de vuelta a empezar. Miré la hora, el vuelo no salía hasta dentro de 2 horas o un poco más. Vi los mostradores y traté de ubicarme espacialmente.
He estado varias ocasiones en un aeropuerto. No son muchas las veces que he viajado en avión, pero sí las que tuve que ir a recibir a mi papá o a mi hermano mayor. Se lo que es moverse en este lugar. Personas que llevaban sus valijas, sacos, paraguas y montones de papeles en las manos. Lo único que me diferenciaba era ese traje que parecía el de una oficinista de Microcentro.
Ubicó el pasillo por el que tenía que ir. Ya no era una más de los miles de turistas, empresarios o simples personas que iban a tomar un avión. Ahora, de alguna manera, formaba parte del negocio.

Cuando entro en la sala designada para los de Aerolíneas Argentinas vuelvo a sentirme como un pasajero más en la sala de pre-embarque. La sala era pequeña y había en ella una mesa y sillas donde se encontraban sentados la mayoría de los tripulantes. Otros estaban de pie junto a un dispenser tomando café. Al verme, me saludaron cordialmente, pero no pude evitar notar en sus miradas el asombro, la complicidad y la alegría con tintes sádicos. No hacía mucho tiempo que ellos también habían llegado. Algo que nos destaca a todos los que trabajamos en este ambiente es la extrema puntualidad, o el hecho de que los remiseros tienen que estar en al aeropuerto a tal hora: sí un minuto antes, pero ni un minuto después.

Uno de los que se acercó a hablar conmigo fue el que después se presentaría como el comisario de abordo. Su nombre era Jorge Peruchin. Un hombre alto y corpulento, ya entrado en edad y con gran presencia. Se encontraba mirando una hoja donde, creí yo, estaban mis datos y luego me preguntó cosas obvias como “¿Volaste alguna vez?”, “¿Dónde hiciste el curso?”, etc. Asintió mínimo unas cien veces con una sonrisa complaciente que llegaba a asustarme y luego me informó que por las próximas cuarenta horas de vuelo, él sería mi supervisor e instructor. Después de eso vino una guiñada de ojo que la tomé más como un “sabés lo que tenés que hacer, espero no tener que recordártelo”, en vez de un “Contá conmigo”. Luego me presentó con el resto de los tripulantes que tuvieron el mismo gesto de cordialidad que me generaba desconfianza.

Sus temas de conversación no variaron hasta la llegada del piloto. Todos parecían discutir, más bien competir, por donde irían a pasar el fin de semana: Brasil, Estados Unidos o algún país de Europa. Me sonaron a temas muy banales. Sin embargo, ese parecía ser su estilo de cotidianeidad y, quizás, algún día sería el mío. ¿Acaso su vida no salía del pasillo de un avión? Mi casa se encontraba en tierra, junto a mi familia, junto a mis amigos.

Ellos eran distintos a mí…

Al cabo de uno minutos entró el comandante con el copiloto. El primero era un hombre de unos 45 años aproximadamente, de estatura media, pelo negro y corto, lentes de aviador, que se sacó una vez entró. Todo el aspecto que uno se imaginaba de un piloto. Su compañero estaba en las mismas condiciones, solo que era unos años más joven. Saludaron a todos. Alberto, el comandante, se acercó a la mesa e iba a dar comienzo con el briefing.

El vuelo que realizaríamos sería hasta Brasil, específicamente hacia la ciudad de San Pablo. No sería más de 3 horas de vuelo por lo que después, el mismo día, haríamos el vuelo de regreso a Aeroparque. El avión saldría a tenía horario de salida a las 12:10 del mediodía y arribo a las 14:55 aproximadamente.

Cuando me llamaron para informaron que había quedado para el trabajo, en seguida me informaron que habían designado a la parte de vuelos internacionales. Por lo general son los jóvenes a quienes designan para realizar estos viajes. También hay experimentados en estos, siempre y cuando puedan cumplir con las obligaciones de dejar algunas responsabilidades en tierra en manos de otros (y al decir responsabilidad se habla de familia). El estar en estos vuelos implicaba tener que quedarse uno o dos días en el hotel de un país que uno no conocía.

Como en la vida, todo tiene sus ventajas y sus desventajas…

Una vez arriba de la aeronave, cada uno se ubicó en su sector y comenzó a chequear todos los equipos de emergencia, los botiquines, los tanques de oxígeno. Así como también la cantidad de bandejas que habría para el almuerzo y las respectivas bebidas. A mí me tocó el galley del fondo. El galley sería la cocina de los aviones, donde se guardan las bebidas y comidas aunque claro que no se cocina nada ahí. Todo se calienta en hornos eléctricos. Jorge me acompañó en mi tarea y revisó cada cosa que yo chequeaba. Era un poco molesto, ya que me había preparado 2 años para eso y no era una completa ignorante en lo que estaba haciendo. ¿Para él lo era?
Al terminar con eso, el comisario continuó anotando en una libreta que llevaba desde que habían embarcado. Vino otra de las azafatas que le informó que uno de los botellones de oxigeno estaba vencido. Movió la cabeza con desaprobación.
— Estate preparada — miró su reloj de pulsera -, que en unos 20 minutos están arribando los pasajeros.

Dio media vuelta y se marchó de mi sector algo molesto.

Mi trabajo era sencillamente, por el momento, ubicar a las personas en sus respectivos asientos, ayudarlos a acomodar sus bolsos de manos, etc. El sector que me habían asignado era el de clase turista. Una especie de sociedad dividida en estamentos donde delante de todo se encontraban los del clero y la nobleza, más atrás los burgueses (es extraña que casualidad que en cientos de años ahora se les diga hasta parecido: clase ejecutiva o empresarial) y el fondo, conmigo, los siervos. Al mando de todos nosotros, de nuestras vidas y de nuestros “destinos” se encontraba el comandante, alias nuestro rey, alias Dios.
¿Qué seriamos los tripulantes en todo esto? Los vasallos del piloto. Los que se encargan de mantener el orden y evitar “revoluciones”.

Al cabo de media hora, se escuchó la voz de otra de las azafatas dando el “Buenos días” y “Bienvenidos a bordo”. Las primeras personas a aparecer y a ubicarse en mi sector. A todos les debía sonreír, cualidad que no se me daba bastante bien pero que pude aprender. A algunos los guiaba y a otros los ayudaba con sus bolsos de mano. Las personas que se encontraban en mi sector variaban entre argentinos y brasileros, habiendo más de estos últimos. Para mi suerte, el portugués era un idioma que se me daba bien.
— ¿Necesitas ayuda con algo? — me preguntó uno de las azafatas.
Ya había terminado con su sector. Era una mujer esbelta pero no muy alta, tenía el cabello recogido en un rodete alto y sus cabellos rubios y sus ojos verdes claros le daban un aspecto infantil a todo el resto de su rostro.
— Está todo bien. Gracias.
— Ah, cuando estábamos en el briefing me olvidé de presentarme. Soy Alex —dijo en voz baja—. Cualquier cosa, estoy en el galley que sigue. En unos minutos hacemos los anuncios.
— ¿Dónde está Jorge? — pregunté.
Hacía rato que no lo veía detrás de mí vigilándome a sol y sombra.
Alex se encogió de hombros y sin decir nada más sonrió y volvió a su sector.
Las personas alrededor nuestro miraban y escuchaban toda nuestra conversación, mas luego volvieron su vista a la ventana u otros asuntos como sacar fotos o simplemente mirar la cartilla.

El avión había por fin despegado. Nuevamente esa sensación de que no me sentía parte de este vuelo. Es decir, sí estaba siendo parte del vuelo, pero el ambiente se sentía extraño. Miré por la ventana como nos elevábamos a gran velocidad mientras que parecía realmente que íbamos muy despacio. Por lo que parecía, el día no tenía aún intenciones de mejorar tampoco. Cuando volvía la vista al pasillo, se escuchaba alguno que otro de los comentarios de los pasajeros que ignoraban completamente la sensación. Por otro lado, los extremistas, aquellos que no superaban sus nervios a la hora de ascender. Aquellos que solo se sienten en calma cuando el signo de “abrochar cinturones” está apagado.
No se sentía diferente a ellos en nada. Sentía que era un pasajero más.

¿Lo era?

Cuando llegamos a la etapa crucero, que es donde el avión deja de ascender y se mantiene a un nivel y a una velocidad constante, Jorge apareció.
— Es hora de servir el almuerzo— nuevamente observaba su reloj—. ¿Está todo listo?
Asentí y se quedó cerca hasta que salí con el carro hacia el pasillo.
Mientras servía la comida y entregaba las bebidas, noté que el comisario había desaparecido de mi vista. Por lo que supuse se había metido en el baño ya que no había podido pasar por donde yo me encontraba sin haberlo siquiera notado. Al cabo de unos minutos, volvió a estar cerca de mí vigilando todo lo que hacía: mis modales, mis movimientos, todo. Jorge era demasiado observador de los pasajeros. Él sabía mucho de ellos aunque fuera la primera vez o segunda que los hubiera visto. Parecía saber cómo iban a reaccionar ellos y como debíamos de reaccionar nosotros para no alarmarlos. No estaba ahí solo porque era el más grande del grupo en ese vuelo.

Ya todas las personas de mi sector habían almorzado y ahora se habían bajado las luces. El ambiente se encontraba extremadamente tranquilo. Agradecí que el grupo de gente en que me tocó estar no había niños ni bebes molestos.
En eso, veo que Alex abre la cortina que separaba su sector del mío y se acerca hasta mí.
— Disculpa — se llevó las manos a la cintura y dejo escapar una sonrisa algo infantil—. ¿Puedo usar el baño de acá? Los de mi sector han quedado inhabilitados.
— ¿Por qué? — pregunté.
Fue la primera pregunta que se me cruzo por la mente. ¿Tan rápido los pasajeros habían liquidado dos baños del sector de Alex?
Ella dio a entender con sus gestos aniñados porque podía haber sido. A lo que asentó sin agregar nada más.
Cuando entró, no estuvo allí ni dos segundos que salió disparada y con un gesto completamente diferente al habitual.
— ¿Sucede algo? — pregunté enseguida.
— A-Ahora vengo. ¡No entrés ahí!
Comenzó a caminar por el pasillo con paso tranquilo, como si nada estuviera sucediendo. La regla número 1 en caso de una emergencia: jamás mostrarse perturbado. Me sorprendió que esa chica quien era uno o dos años mayor que yo, pudiera hacerlo tan bien. Volvió rápidamente con el comisario de abordo a su lado. Algunos pasajeros al verlos pasar juntos se dieron vuelta para mirar que pasaba. Sin embargo, una vez en la cocina, cerraron las cortinas y no pudieron ver más.
— Mostrame —
Jorge parecía extremadamente serio. Alex le abrió la puerta del baño con precaución. Al hacerlo, lo único que pude ver es como una especie de gas blanco salía de dentro del inodoro. En seguida y sin darme tiempo a observar más, Jorge corrió a taparlo.
— ¿Qué hacemos? — preguntó la rubia.
— Tengo que avisarle al comandante de esto. Hay una nube entrando por las tuberías, algo debe de estar fallando…
Aquellas palabras que parecían tener nulo sentido, había transformado el rostro de ambos en terror. La mía no salía del asombro y de la incredulidad.

¿Mi primer vuelo y estaba próximo a terminar abruptamente? ¿Qué hacía?

— ¡Te quedás acá y no te movés hasta que haya hablado con el comandante!
Después de esas palabras no lo vi más.

Y ahí estaba yo, sentada sobre la tapa de un inodoro intentando evitar que una nube se metiera dentro de la aeronave. Me pareció demasiado irreal en ese momento, pero los miedos actuaron en ese momento antes que mi razón. Las asociaciones se realizaron rápidamente. Hasta las más descabelladas.
Tengo un recuerdo borroso de lo que pasó durante todo ese tiempo.
Sentí cosas extrañas que me habían pasado cuando era pequeña. El recuerdo de ese mismo miedo que al avión le pudiera suceder algo y que mi papá o mi hermano jamás regresaran. Por un momento me olvidé de mi misma. Solo pensaba en los que estaban afuera sin saber nada aún. Todos tenían una vida a la cual volver. Un hogar.
¿Yo también?
Mi vida siempre estuvo entre aeropuertos aquí y allá. Que yo no hubiera viajado igual o más que los demás no me hacían menos conocedora del tema. Claro que tenía un hogar ahí afuera, pero no era menos hogar que el que sentí cuando me dijeron que había quedado para trabajar en esta aerolínea. Me sentía formando parte del hogar al que siempre estuve acostumbrada a ver desde afuera.
No sé cuánto tiempo fue. Pero solo sé que en un momento, la puerta del baño se abrió y un grupo de tripulantes aplaudió entre risas y lanzó un fuerte pero moderado “¡Bienvenida a bordo!”
Seguí sentada allí sin entender nada de lo que sucedía.
— Levantate — ofreció su mano Jorge para que me parara —. Lo que ves aquí — y subió la tapa —, en realidad, es hielo seco.
—Es el bautismo en el que todos caen— comentó otro tripulante —. ¡Como si pudiera entrar una nube!
—Me sorprende como es que te acostumbras rápidamente a un vuelo, más sabiendo que es el primero como azafata— comentó uno de los tripulantes con alegría.
—Pareciera que este fuera tu segundo hogar por naturaleza— agregó una sonriente Alex.
—…como si fuera un segundo hogar… Sí, puede ser.
Después de eso sonreí para mis adentros.
Cada uno del grupo volvió a su respectivo sector liderado por un comisario de abordo que volvía a ser quien era: un obsesivo controlador. Estábamos pronto a aterrizar y ahora debíamos preparar a los pasajeros.
Sentí en ese momento que eso fue lo que me faltó para sentirme en mi nuevo hogar: una bienvenida.

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